martes, 25 de septiembre de 2012

Carta a sacerdotes y laicos por la Misa Tridentina




13 de Mayo de 2012
Nuestra Sra. de Fátima
San Miguel de Tucumán



Queridos sacerdotes y laicos de la Arquidiócesis de Tucumán:

    Es común que en nuestras vidas, la experiencia de lo extraordinario nos ayude a vivir con más plenitud lo ordinario. Así ocurre con la llamada forma extraordinaria del Rito  Latino  o  Misa  Tridentina  por  la  riqueza  ancestral de  oraciones  y signos  que contiene su liturgia. En toda liturgia oraciones y signos se entrelazan formando una unidad, sin embargo siendo los signos una realidad más subjetiva, son ellos los que tienen una importancia decisiva para que aprovechemos espiritualmente la liturgia. Permítanme para comprender mejor la necesidad de revalorizarla detenerme en tres signos que en algún sentido encuadran a toda la forma extraordinaria.

    El silencio es el primer signo de nuestra reverencia delante de la Presencia de Dios y de su Palabra, pero además el silencio en la liturgia es sagrado porque “El silencio —como ha dicho San Juan de la Cruz— es el primer lenguaje de Dios”, ya que Él es “un Dios escondido” (1) , Misterioso. La Divina Liturgia de la Iglesia Oriental ha trasmitido este sagrado silencio incluso corporalmente con la presencia del iconostasio que es como el velo de la cámara del Santo de los Santos de la Antigua Alianza. La Iglesia Latina ha guardado celosamente durante siglos este silencio sobre todo en la consagración como expresión del silencio en el cual se sumió el Verbo en su Santo Sacrificio que “no abrió la boca, como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda” (2). El silencio de la consagración nos ayuda a unir el sacrificio incruento al sacrificio cruento de la Cruz en el cual la Iglesia está junto a la Virgen María contemplándolo.

    Nos decía el Beato Juan Pablo II en una carta apostólica del 2003 con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II: “Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio” (3).

    El latín que la Iglesia adopto como lengua oficial constituye en sí mismo un signo.  En  medio  de  la  confusión  de  la  multiplicidad  de  lenguas  en  la  que  nos encontramos luego del intento de los hombres de elevarse a sí mismos en Babel, el latín es signo del Amor universal de Cristo que nos eleva al Cielo estando aun en la tierra para sumarnos a una sola voz con los coros de los ángeles que adoran proclamando: Santo, Santo, Santo. Quien ha experimentado la catolicidad de la Iglesia en lugares como Tierra Santa o Roma, donde uno asiste a misa a lado de un palestino, de un dinamarqués o de un chino, uno comprende que este Amor universal de Cristo no podría imponer a nadie una lengua particular y que es necesario que sea utilizada una que sea común a todos sin ser particular de nadie como signo de esa catolicidad.

    Contrariamente a lo que comúnmente se dice, el latín ayuda a comprender el misterio de la Santa Misa, nos ayuda a profundizar en él. Laicos y sacerdotes, incluso expertos en latín, se ven necesitados de preparar con antelación el significado profundo de los textos tan ricos como los del introito, oración colecta y demás textos que los santos no con menor dificultad profundizaron y se extasiaron. El Santo Cura de Ars que tanto le costaba el latín puede ser un modelo e intercesor para comprender que el latín en el Santo Sacrificio de Altar no está para gusto de una elite intelectual que lo aprecia estéticamente, sino por necesidad de los humildes que para entrar en el Misterio de Dios requieren de más medios. En este sentido, el misalito bilingüe que se distribuye para asistir en la misa tridentina ayuda también a la atención para contemplar el misterio al cual participamos.

    Siendo reconocido por muchos hombres de hoy, incluso entre aquellos que no tienen fe, como un signo de lo sagrado a través del canto gregoriano, uno comprende mejor  la  vehemente  exhortación  del Beato  Juan  XXIII  que  dedica  toda una  Carta apostólica para que sea revalorizado  el latín:  “La  lengua  latina,  a la que podemos verdaderamente llamar católica por estar consagrada por el constante uso que de ella ha hecho la Sede Apostólica, madre y maestra de todas las Iglesias, debe considerarse un tesoro ... un vínculo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad a la Iglesia de hoy con la de ayer y de mañana” (4). Todo un programa de apostolado se podría desarrollar cultivando este signo sagrado en su ámbito propio como es la forma extraordinaria y dar frutos increíbles como ocurrió con Paul Claudel que se convirtió escuchando canto gregoriano en vísperas de Navidad.

    Es un signo muy significativo que el sacerdote esté junto con los fieles orientado hacia Cristo, hacia el Santo Sacrificio que está ofreciendo junto con ellos, y que una y otra vez se de vuelta exhortándolos.  Así orientados, sacerdote y fieles,  nos dan  la imagen tan querida por nuestro Señor del Pastor que en Medio Oriente va delante de las ovejas para guiarlas al redil y que se da vuelta una y otra vez para que ninguna se quede rezagada. El Sacerdote, figura del “Buen Pastor que da su vida por las ovejas”, y los fieles,  “pequeño  rebaño  que no  ha de temer” (5) , están orientados hacia quien es “la Puerta” (6) del redil, hacia Dios, versus Deum.

    Siendo que sacerdote y fieles ofrecen juntos el Santo Sacrificio del Altar orientados hacia Cristo, queda claro que es ridículo decir que el sacerdote está dando la espalda a los fieles como sería ridículo decir que la primera fila de fieles da la espalda a la segunda. El cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, ha defendido con mucha insistencia este signo litúrgico: “Pueblo y Sacerdote no se encierran en un círculo, no se miran unos a otros, sino que, como pueblo de Dios en camino, se ponen en marcha hacia el oriente, hacia el Cristo que avanza y sale a nuestro encuentro” (7). “No se trata aquí de algo accidental sino de algo esencial. Lo importante no es el diálogo mirando al sacerdote, sino la adoración común, salir al encuentro del Señor que viene. La esencia del acontecimiento no es el círculo cerrado en sí mismo, sino la salida de todos al encuentro del Señor que se expresa en la orientación común” (8).

    Queridos sacerdotes y fieles de la Arquidiócesis por la presente quería invitarlos y pedirles que den aviso en sus comunidades de que la Santa Misa en la forma extraordinaria del Rito Latino se ofrecerá cada sábado a las 19 hs. en la Catedral a partir del 26 de Mayo (9). Aprovecho para encomendarme a sus oraciones y pedirles que recen especialmente para que más sacerdotes se animen a celebrar y así más puedan gozar de las riquezas de esta forma extraordinaria. Aprovecho la presente también para unirme aquí a un gran grupo de fieles para agradecer a S. E. R. Mons. Zecca por su Caridad pastoral fiel reflejo de la del Vicario de Cristo, Benedicto XVI.


Fray Guido Casillo OP





  1. Is 45, 15.
  2. Is. 53, 7.
  3. Carta Apostólica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, 13.
  4. S.S. Juan XXIII, Veterum Sapientia.
  5. Cf. Lc 12, 32.
  6. Jn 10, 9.
  7. Joseph Ratzinger, El espíritu de la Liturgia, pág. 120, Ediciones Cristiandad.
  8. Joseph Ratzinger, El espíritu de la Liturgia, pág. 121, Ediciones Cristiandad.
  9. En la actualidad: Todos los domingos a las 19 hs en la capilla Buen Pastor ubicada en la calle Mendoza entre Av Salta y Junín.









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